miércoles, 9 de noviembre de 2011



PALABRAS DEL PROF. GRISOLÍA EN EL PASEO DEL MÉRITO EN PAGO DE THARSYS

Buenas tardes.

El futuro siempre ha sido imposible de prever, pero ahora mucho más. Tenemos la mala suerte de que nos haya tocado vivir tiempos interesantes, que más que tiempos se están convirtiendo en instantes, ya que las situaciones cambian continuamente. Y últimamente sólo cambian a peor: cada día nos trae un nuevo susto, un nuevo motivo de disgusto. La prueba es que, sin que yo lo haya dicho, todos ustedes saben a qué me estoy refiriendo.


Pues bien, en situaciones así un buen ejercicio es volver a pensar en las cosas esenciales: en el pan y la sal de la vida. Y en el vino. Y en la memoria. Me atrevo a decirles un par de cosas del vino, que ustedes ya deben conocer, y les diré algo sobre la memoria.
Necesitamos valores que nos consuelen, que nos reconforten, que devuelvan un poco de calor a nuestro corazón. Valores anclados sólidamente en nuestra historia. Como el vino y su cultura, como la memoria y la tradición.

No es tan fácil volver a valorar la tradición, después de tanto tiempo de echarla por la borda. No es nada fácil hablar, por ejemplo, de las bondades de nuestra supuesta tradición alimentaria, de eso que ahora llamamos la dieta mediterránea, a una población de paladares y estómagos echados a perder a base de raciones gigantes de carne picada, bollería industrial y refrescos azucarados. Sin embargo, hay que decirlo: no sólo nuestra salud, sino también nuestro goce de la vida mejorarían con dietas más coherentes con nuestra cultura. Y en nuestra cultura alimentaria, desde hace milenios, el vino ocupa un lugar indiscutible. No como un lujo, sino como un elemento necesario de la alimentación.

Sólo desde hace poco tiempo la comunidad científica se ha puesto de acuerdo sobre los efectos beneficiosos del vino para la salud. Del vino y del resto de ingredientes que componen la dieta mediterránea. La posición económica, política y científica predominante, durante todo el siglo XX, de países con otras tradiciones alimentarias ha influido sin lugar a dudas. En los Estados Unidos, a mediados del siglo XX, la industria y la administración promovieron campañas dirigidas a los inmigrantes para que abandonasen su afición a las legumbres y las verduras, a la pasta, al arroz, etc., y los sustituyeran por grandes cantidades de carne roja, de grasas animales, de bollería industrial, de helados y de refrescos dulces sin alcohol. Así, cuando yo estaba en Wisconsin, que era un estado muy rico en productos lácteos, cada vez que pedías un pastel de manzana, por ley, te lo servían conjuntamente con queso. Ahora han empezado a darse cuenta de que en el pecado llevan la penitencia.

Pero también nosotros estamos empezando a sufrir esa misma penitencia, en forma de obesidad y de enfermedades cardiovasculares. Ese cambio de actitud de la comunidad médica y científica quizás tenga algo que ver con la reciente y creciente popularidad del vino en los Estados Unidos. Ahora incluso producen vinos de gran calidad. Mientras, aquí, en los últimos decenios el consumo ha venido disminuyendo. Ustedes, los productores de buenos vinos, lo intentan compensar con la exportación. Estoy seguro de que lo están consiguiendo, porque aquí se crían algunos de los mejores vinos del mundo, e incluso el nivel general, el del vino corriente, es más que bueno. Pero se debe reconquistar el mercado local, no sólo por motivos comerciales. Si una parte importante de la gente volviese a la buena costumbre de acompañar sus comidas con un vasito de vino mejor nos iría a todos, en el aspecto económico, en el aspecto de la salud y en el aspecto cultural.

No he querido empezar este pequeño discurso con las obligadas protestas de agradecimiento por el honor de haber sido elegido para inaugurar el “Paseo del Mérito” del Pago de Tharsys. He preferido dejarlo para más tarde, para ahora, porque la idea misma del “Paseo del Mérito” está vinculada a ese otro valor al que me he referido hace un momento: el de la memoria, del que ahora pretendo hablar.

Los humanos somos efímeros, como todo ser viviente, pero nuestras obras no lo son tanto. Cuando digo nuestras obras no me refiere sólo a las estructuras materiales; también a las obras intelectuales. Pero sobre todo ahora quiero referirme a las estructuras sociales, con las que todos nos encontramos tan íntimamente vinculados como el huevo y la gallina: los individuos formamos las sociedades, y las sociedades nos forman a cada uno de nosotros. Las estructuras sociales de las que hablo son la familia, la ciudad, la nación…, y, en algunos casos, empresas o proyectos con vocación de futuro, como este del Pago de Tharsys en el que ahora nos encontramos. La vocación de futuro es esencial. Y el pasado, conservado vivo gracias a la memoria, no lo es menos, porque sin pasado no hay futuro posible. Si alguien busca un sentido a su vida efímera, ese sentido sólo lo puede encontrar sintiéndose parte de una continuidad, sintiendo que es un punto de una línea, y no un punto aislado, sin memoria de un pasado ni confianza en proyectarse en un futuro.

Este “Paseo del Mérito”, que ustedes me hacen el honor de permitirme inaugurar, es una línea, y transcurre por un paisaje cultivado, por una historia con sentido, concretada en árboles, en viñedos, en caminos, en cultura del vino y en cultura sin más. Tras de mí espero que lleguen pronto otros, tras todos nosotros llegarán otros más, llenando aún más de sentido este paisaje, civilizando aún más este pedazo de mundo al que pertenecemos. Y ese es el mayor valor de este símbolo poderoso que ustedes han tenido la buena idea de crear con el “Paseo del Mérito”, y al que yo me he apuntado con el mayor entusiasmo. Porque tampoco yo quiero pasar sin más como un punto aislado, sino que pretendo formar parte, con todos ustedes, de una misma línea que me de motivos para confiar en que, después de todo, y a pesar de todos los peligros que nos acechan, tenemos un futuro.

Se me olvidaba comentar otro punto de mi agradecimiento como bioquímico, ya que fue Noé el primer bioquímico al descubrir la fermentación alcohólica con el vino.


Muchas gracias a todos por aceptarme en su memoria, y por su paciencia y su atención.


D. Santiago Grisolía.

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